¿Quién tiene hijos y no ha sufrido una rabieta repentina y sin aviso de su enano o enana? Gritos, pataleos, golpes, gritos, lloros…
Cuando y por qué
Las rabietas aparecen entre los dos y cuatro años, cuando los niños empiezan a ser más independientes, a realizar mini-planes y a tener ideas.
Cuando empiezan a tener ideas propias, se frustran porque no todo les sale como quiere. Esto se suma a que también empiezan a ser conscientes de que su conducta condiciona la conducta de los mayores, y eso mola mucho.
Así que sumamos frustración, débil gestión emocional, rabia, y pulso de poder con los papis y figuras de autoridad (cómo se parece a la adolescencia).
Lo que aprenden, si se gestiona bien, es una buena, adaptativa y próspera gestión emocional.
Cómo gestionar las rabietas
Paso 1: mantener la calma. Tú. No tu hijo/a. Tu. Encuentra tu apariencia tranquila. Aunque por dentro te estén llevando los demonios.
Paso 2: dar instrucciones claras, cortas y concisas, con voz tranquila: «cielo, tranquilo, cálmate». Dos veces como mucho. Cerciorándonos de que nos presta atención: contacto físico y ocular.
Paso 3: mantenernos al margen. Darle espacio, que se desahogue. Estar cerca, pero incluso si va a más, desaparecer de su campo visual, o llevarle a otro ambiente seguro donde puede estar desahogándose.
Paso 4: estar atento a el cambio de lloro. Cuando empiezan a internar controlar su rabieta, lo que hace es cambiar el tono de lloro, y suelen pedir el chupete o empieza a querer que le cojamos o dice mamá o papá. En ese momento, hay que reforzarle y calmarle, prestarle atención, darle mimos e incluso el chupete.
Control social
Estos pasos en casa son más o menos fácil. Pero en la calle… la calle es otra cosa.
La gente mira, crítica, juzga…
Nos ponemos nervioso y no seguimos los pasos, así que no lo controlamos.
Conseguir que el entorno social no te afecte es clave.
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